R E A L A C A D E M I A E S P A Ñ O L A
El burlador y sus estragos
DISCURSO LEÍDO
EL DÍA 30 DE OCTUBRE DE 2011
EN SU RECEPCIÓN PÚBLICA
POR EL EXCMO. SR. D.
JUAN GIL
SEÑOR DIRECTOR, SEÑORAS Y SEÑORES ACADÉMICOS:
Quiero pensar que, al elegirme
como miembro de vuestra docta corporación, habéis pretendido no tanto
recompensar mis cortos merecimientos cuanto rendir homenaje en mi persona a la
filología latina, una disciplina milenaria que cuenta hoy en España con cultivadores
eminentes y que ha estado ausente de esta casa durante muchos años, desde la
muerte de aquel gran sabio que fue don Antonio Tovar. Ahora bien, el latín es
la base de nuestra lengua —nuestro mayor tesoro— y, aun exagerando
un poco y llevando el agua a mi
molino, me atrevería a decir que lo que se habla hoy en la mayor parte de la
vieja piel de toro en que vivimos es, en sus diversas variantes, latín: el
latín del siglo XXI. Está más que justificada, pues, la presencia de un
latinista en la Academia, y esta consideración me reconforta y me da redoblados
ánimos para cumplir, en la medida de mis menguadas fuerzas, con las tareas que
tengáis a bien imponerme.
Cuando, como el caballero andaluz
machadiano, pensé que pensar debía en preparar este discurso, lo primero que
hice fue acudir al anuario académico y repasar no sin cierta aprensión, debo
confesarlo, la lista de quienes se sentaron en el sillón que con tanta
generosidad habéis querido que ocupe. Conforme leía sus sonoros nombres
(Mesonero Romanos, Echegaray, duque de Maura), mi espíritu se iba encogiendo y
apocando. Menos mal que uno de ellos, el almirante Guillén, estudió la parla
marinera en el diario del primer viaje de Cristóbal Colón. Esta coincidencia de
intereses y aficiones me causó cierto alivio, como si me hubiera lanzado un
guiño cómplice, pero al término del repaso me embargó de nuevo la desazón, por
no decir el desánimo. Por un lado, me invadió un justificado temor a no estar a
la altura de tan ilustres personalidades. Por otro, se me hizo claro y evidente
que alguna vez, y la ocasión ha llegado hoy, me tocaría pasar por el rito
iniciático de pronunciar ante vosotros el discurso de marras y de evocar en
breves palabras la figura de mi predecesor; y si el primer deber me pareció
hacedero, aunque peliagudo, el segundo se me antojó tan obligado como
imposible, imposible —preciso— de cumplir como es debido...
(discurso completo)
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