La cosa más importante del mundo
Naomi Klein
Si algo sé, es que el uno por ciento ama una crisis. Cuando la gente
entra en pánico y está desesperada, y parece que nadie sabe qué hacer, es el
momento ideal para lograr que se apruebe su lista de deseos de políticas pro
empresariales: privatizar la educación y la seguridad social, recortar los
servicios públicos, deshacerse de las últimas restricciones al poder
empresarial. En medio de la crisis económica, esto es lo que actualmente sucede
en todo el mundo. Sólo hay una cosa que puede bloquear esta táctica, y,
afortunadamente, es grande: el 99 por ciento. Y ese 99 por ciento está tomando
las calles, desde Madison hasta Madrid, para decir:
No, no pagaremos tu crisis.
Esa consigna comenzó en Italia, en 2008. Rebotó en Grecia y Francia e
Irlanda, y finalmente llegó a la milla cuadrada en la que la crisis empezó.
¿Por qué protestan?, preguntan los perplejos expertos en la televisión. Mientras, el resto del mundo pregunta:
¿Por qué se tardaron tanto?,
Nos preguntábamos cuándo iban a aparecer. Y, sobre todo dice:
Bienvenidos.
Mucha gente hace paralelismos entre Ocupa Wall Street y las llamadas
protestas contra la globalización, en Seattle, en 1999, que atrajeron la
atención mundial. Esa fue la última vez que un movimiento descentralizado,
global y encabezado por jóvenes, apuntó directamente contra el poder
empresarial. Y me enorgullece haber sido parte de lo que llamamos
el movimiento de movimientos.
Pero también hay importantes diferencias. Por ejemplo, elegimos a las cumbres
como nuestros blancos: la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario
Internacional, el G-8. Las cumbres son transitorias por naturaleza, sólo duran
una semana. Eso hizo que nosotros también fuéramos transitorios. Aparecíamos,
llegábamos a los titulares mundiales, y luego desapareceríamos. Y, en el frenesí
del hiperpatriotismo y militarismo posterior a los ataques del 9/11, fue fácil
borrarnos del mapa, al menos en Norteamérica.
En cambio, Ocupa Wall Street eligió un blanco fijo. Y no ha puesto fecha
límite a su presencia en este lugar. Eso es sabio. Sólo cuando te mantienes fijo
puedes echar raíces. Esto es crucial. Es un hecho, en la era de la información,
que demasiados movimientos brotan, como hermosas flores, pero rápidamente
mueren. Es porque no tienen raíces. Y no tienen planes de largo plazo de cómo se
van a sostener. Cuando llegan las tormentas, el agua se las lleva.
Ser horizontal y profundamente democrático es maravilloso. Estos principios
son compatibles con el duro trabajo de construir estructuras e instituciones que
sean lo suficientemente robustas para que puedan sobrellevar las tormentas que
vienen. Tengo mucha fe en que esto pasará.
Algo más que este movimiento hace bien: se comprometieron con la no
violencia. Se rehúsan a darle a los medios las imágenes de ventanas rotas y
luchas callejeras, que tanto anhelan. Y esa tremenda disciplina ha implicado
que, una y otra vez, la historia sea la deplorable y no provocada brutalidad
policiaca. De la cual vimos más todavía el miércoles (día 5) por la noche.
Mientras, el apoyo a este movimiento crece y crece. Más sabiduría.
Pero la gran diferencia, tras una década, es que en 1999 nos enfrentábamos al
capitalismo en la cúspide de un frenético auge económico. La tasa de desempleo
era baja, las carteras de acciones tenían un alto valor. Los medios estaban
borrachos de dinero fácil. En aquel entonces se trataba de comenzar negocios, no
cerrarlos.
Hicimos notar que la desregulación detrás del frenesí tenía un precio. Era
dañino a los estándares laborales. Era dañino a los estándares medioambientales.
Las empresas se volvían más poderosas que los gobiernos y eso era dañino para
nuestras democracias. Pero, para ser honesta con ustedes, mientras fueran buenos
tiempos, enfrentarse a un sistema económico basado en el egoísmo era una tarea
difícil, al menos en los países ricos.
Estadunidenses indignados se manifiestan en la ciudad de Los
ÁngelesFoto Elizabeth Coll
Diez años más tarde, parece que ya no hay países ricos. Sólo un montón de
gente rica. Gente que se enriqueció saqueando la riqueza pública y agotando los
recursos naturales en el mundo.
El punto es que hoy, todos pueden ver que el sistema es profundamente injusto
y se sale de control a toda velocidad. El egoísmo sin restricciones ha
destrozado la economía global. Y también está destrozando al mundo natural.
Sobrepescamos nuestros océanos, contaminamos nuestra agua con la fracturación
hidráulica y las perforaciones en aguas profundas, nos enfocamos en las formas
más sucias de energía en el planeta, como las arenas bituminosas de Alberta. La
atmósfera no puede absorber la cantidad de carbono que le metemos, con lo cual
creamos un peligroso calentamiento. El nuevo modelo de lo normal son los
desastres en serie: económico y ecológico.
Estos son los hechos. Son tan evidentes, tan obvios, que es mucho más fácil
conectarse con la gente de lo que era en 1999, y construir rápido el
movimiento.
Todos sabemos, o al menos intuimos, que el mundo está de cabeza: actuamos
como si no tuviera fin lo que en realidad es finito: los combustibles fósiles y
el espacio en la atmósfera para absorber sus emisiones. Y actuamos como si
hubiera estrictos e inamovibles límites a lo que abunda: los recursos
financieros para construir el tipo de sociedad que necesitamos.
La tarea de nuestro tiempo es darle la vuelta a esto: retar esta falsa
escasez. Insistir en que tenemos los recursos como para construir una sociedad
incluyente y decente, y al mismo tiempo respetar los verdaderos límites que la
Tierra puede aguantar.
El cambio climático implica que tenemos una fecha límite para hacerlo. Esta
vez, nuestro movimiento no puede distraerse, dividirse, agotarse y ser borrado
del mapa por los acontecimientos. Esta vez tenemos que triunfar. Y no hablo de
regular los bancos e incrementar los impuestos a los ricos, aunque eso es
importante.
Me refiero a cambiar los valores subyacentes que gobiernan nuestra sociedad.
Eso es difícil de acomodar en una sola demanda, amigable para los medios. Y
también es difícil resolver cómo hacerlo. Pero, no por ser difícil se vuelve
menos urgente.
Eso es lo que veo que ocurre en esta plaza. En la manera en que se alimentan
unos a otros, se dan calor unos a otros, comparten información libremente y se
proveen de servicios de salud, clases de meditación y talleres. Mi letrero
favorito aquí es:
Me importas. En una cultura que entrena a la gente a evitar la mirada del otro, a decir,
deja que se muera, eso es una declaración profundamente radical.
Peleamos contra las más poderosas fuerzas económicas y políticas del planeta.
Eso asusta. Y conforme este movimiento crezca, de fortaleza en fortaleza,
asustará cada vez más. Siempre estén concientes de que habrá la tentación de
cambiar de blanco, a uno más chico, como, por ejemplo, la persona a tu lado. No
caigas en la tentación. Esta vez, tratémonos como si planeáramos trabajar uno al
lado del otro, en la lucha, durante muchos, muchos años. Porque la labor que
tenemos ante nosotros demanda nada menos que eso.
Tratemos a este hermoso movimiento como si fuera la cosa más importante en el
mundo. Porque lo es. Realmente lo es.
Twitter: @naomiaklein.
Este texto es el discurso que dio el pasado 6 de octubre en la Plaza
Libertad, ante los participantes en Ocupa Wall Street. Fue publicado en el
periódico que editan los manifestantes, The Occupied Wall Street
Journal.
Traducción: Tania Molina Ramírez.
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