la clave
Granada invertebrada
Jaime Vázquez Allegue | Actualizado 03.10.2011 - 01:00
HACE casi cien años, Ortega y Gasset decía que sufría muchísimo cada vez que escuchaba hablar de España a los españoles, -lo decía en su obra España invertebrada-. Estoy convencido de que hoy lo volvería a decir con las mismas palabras. Los españoles tendemos a restar valor a nuestras propias cosas y a valorar injustamente lo que nos rodea. Además, solemos dar muchísima importancia a cosas insignificantes y, en cambio, las cosas verdaderamente trascendentes y esenciales apenas son tenidas en cuenta.
En Granada -paradigma en muchas cosas de españolidad- la visión de Ortega se convierte en norma de conducta y es, en consecuencia, uno de los orígenes del temperamento dominante que muchos definen como malafollá. La visión subjetiva de la realidad -visión miope, oblicua y deformada en muchas ocasiones- no es la menor desventura de una tierra que adolece de personas dotadas de talento sinóptico suficiente como para formarse una visión íntegra, objetiva y real de la situación, donde aparecen los hechos en su verdadera perspectiva.
En Granada tenemos una evaluación tan desmesurada de nuestro propio pasado que, por fuerza, nos vemos obligados a tener una visión deformada de nuestro presente. De manera inconsciente y de forma involuntaria, hemos desarrollado una capacidad extraordinaria para hacernos ilusiones sobre el pasado en vez de hacérnoslas sobre el futuro. La propia producción intelectual local viene determinada por un pasado que establece que si antes poseíamos una cultura ejemplar, aquellas tradiciones y matrices deben ser perpetuadas.
Tenemos que reconocer que no podemos esperar ninguna mejora apreciable en nuestros destinos mientras no corrijamos previamente ese defecto ocular que nos impide la percepción acertada de las realidades colectivas. Para evitarlo, la visión objetiva de la realidad y la mirada al pasado sólo como una visión retrospectiva, nos pueden ayudar al ver el futuro como un escenario esperanzador. Sólo de esta forma podremos entender que la descomposición de la economía que estamos viviendo no equivale a decadencia. Sólo así descubriremos que el fracaso de las ideologías políticas de nuestros gobernantes no son más que últimos coletazos de un sistema en estado terminal.
Como decía Ortega, la verdadera y definitiva solución a esta crisis profunda está en lo que más se elude y a lo que mayor resistencia oponemos. Que es justamente lo que están haciendo nuestros políticos, ensayando todos los demás procedimientos, los más opuestos a aquella única solución.
En Granada -paradigma en muchas cosas de españolidad- la visión de Ortega se convierte en norma de conducta y es, en consecuencia, uno de los orígenes del temperamento dominante que muchos definen como malafollá. La visión subjetiva de la realidad -visión miope, oblicua y deformada en muchas ocasiones- no es la menor desventura de una tierra que adolece de personas dotadas de talento sinóptico suficiente como para formarse una visión íntegra, objetiva y real de la situación, donde aparecen los hechos en su verdadera perspectiva.
En Granada tenemos una evaluación tan desmesurada de nuestro propio pasado que, por fuerza, nos vemos obligados a tener una visión deformada de nuestro presente. De manera inconsciente y de forma involuntaria, hemos desarrollado una capacidad extraordinaria para hacernos ilusiones sobre el pasado en vez de hacérnoslas sobre el futuro. La propia producción intelectual local viene determinada por un pasado que establece que si antes poseíamos una cultura ejemplar, aquellas tradiciones y matrices deben ser perpetuadas.
Tenemos que reconocer que no podemos esperar ninguna mejora apreciable en nuestros destinos mientras no corrijamos previamente ese defecto ocular que nos impide la percepción acertada de las realidades colectivas. Para evitarlo, la visión objetiva de la realidad y la mirada al pasado sólo como una visión retrospectiva, nos pueden ayudar al ver el futuro como un escenario esperanzador. Sólo de esta forma podremos entender que la descomposición de la economía que estamos viviendo no equivale a decadencia. Sólo así descubriremos que el fracaso de las ideologías políticas de nuestros gobernantes no son más que últimos coletazos de un sistema en estado terminal.
Como decía Ortega, la verdadera y definitiva solución a esta crisis profunda está en lo que más se elude y a lo que mayor resistencia oponemos. Que es justamente lo que están haciendo nuestros políticos, ensayando todos los demás procedimientos, los más opuestos a aquella única solución.
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