THE LEOPARD - 1963 - Luchino Visconti
LAS VERDADES DE PEROGRULLO
Edmundo López Bonilla
Lampedusa es una isla italiana, situada a 200
kilómetros al suroeste de Sicilia, sólo mide 20
kilómetros cuadrados y actualmente está habitada por cinco mil personas. A mediados
de los años 60, se conoció en México la película “El gatopardo” dirigida por
Luchino Visconti y en la representación del papel del príncipe de Salina, a Burt
Lancaster. Muchos años después, llegaría a mi conocimiento que aquella película
estuvo basada en la novela del mismo nombre y que fue escrita por Guisepe
Tomasi, Duque de Palma y Príncipe de Lampedusa, (Palermo, 1986-Roma, 1957), que
en 1958 ganaría fama póstuma en el mundo de las letras por la novela que dio
pie a la celebrada película.
El tema central de la novela y por ende, de la
película es la revolución donde Guiseppe Garibaldi trataba de lograr la unidad
italiana y el príncipe sufre la incomodidad de saber que su sobrino comulga con
las ideas revolucionarias; pero el muchacho convence fácilmente a su protector
con el argumento de que deben ser “ellos” quienes logren el cambio para que
nada cambie. Razonamiento que propició la aparición del término “gatopardismo”
que engloba y justifica el actuar político de los altos círculos de poder.
La pequeña isla italiana cobra fama mundial
nuevamente, porque esta situada a medio camino entre el norte de África y
Sicilia, ésta última sólo está separada del continente europeo por el Estrecho
de Mesina. Por esa situación geográfica, la pequeña Lampedusa, materialmente ha
sido invadida por inmigrantes africanos en su peregrinar en busca de las costas
europeas.
La
información, recabada del periódico La
Jornada del 22 de septiembre, avisa de la tensión que se
genera entre la ola de inmigrantes y los habitantes de la isla. “Lampedusa,
(está) situada a mitad de camino entre Sicilia y el continente africano, ha
sido el punto de entrada a Europa de cientos de pequeñas embarcaciones a menudo
sobrecargadas de personas procedentes de Túnez y Libia”. La situación evolucionó a la violencia porque: “algunos
inmigrantes prendieron fuego a un centro de detención en la isla como protesta
por los planes de repatriación forzosa”. (…) “Los inmigrantes que llegan a
Lampedusa permanecen en centros de recepción antes de ser trasladados al
continente, desde donde muchos intentan llegar a otros países europeos, como
Francia. Otros han sido enviados de vuelta contra su voluntad. (…) Los
residentes llevan meses ofreciendo comida e incluso cobijo a los miles de
inmigrantes acampados en la isla”. Sin embargo, las autoridades de la
isla —al fin autoridades, tienen otro modo de pensar y de actuar—. “La
situación es trágica. Estamos cansados de ser explotados por este gobierno,
dijo el alcalde Bernardo de Rubeis a la cadena SkyTG24, añadiendo que la isla
ha recibido a más de 55 mil inmigrantes desde principios de año. (…) Nos
enfrentamos a mil 500 delincuentes que (...) han puesto en peligro las vidas de
nuestros ciudadanos y de la policía (...) Pedimos (al Gobierno italiano) que
vacíe la isla de inmediato y no aceptaremos a un sólo inmigrante más, afirmó”.
No ha de faltar
lector, entre los dos o tres que tengo, que exclame: ¡Otra vez la burra al
trigo! ¡Los inmigrantes y los motivos que los convierten en entes sin patria,
apestados en donde se paren, mendigos no sólo de pan, sino de comprensión!
Al sur de
Italia llegan inmigrantes de Túnez, país democrático, que al contrario de la desolación que nos evoca,
tiene agricultura, ganadería, minas, que produce electricidad, petróleo y
productos petrolíferos, gas natural, que tienen industria manufacturera y su población urbana es un poco mayor que la
rural, pero que en balanza económica pesan más la importaciones y por las
razones que sea produce inmigrantes.
Al sur de
Italia llegan inmigrantes de Libia, país más
extenso y rico que su vecino, pero agobiado por la guerra para expulsar
al hombre fuerte que mantuvo por años relaciones comerciales con la Comunidad Económica
Europea, y se dice que mantuvo un férreo control sobre el flujo de la
inmigración del norte del continente
africano hacia las costas europeas, pero
en quien, sorpresivamente, sus socios descubrieron a un tirano, convulsión que produce
en estos momentos abundantes inmigrantes, principalmente expulsados por la
guerra.
Y son los
problemas de África, sus guerras; la hambruna; la explotación por unos cuantos
de las riquezas de ese continente, que a pesar de todo permanecen en el
subdesarrollo con su cauda de miserias que agrede, los que empujan enormes
masas humanas a arrostrar los riesgos de la migración hacia Europa. Son los
problemas de Centro América, de todo el Caribe y de México los que impulsan
oleadas, incesantes como las mareas marinas de gente hacia los Estados Unidos
de Norteamérica, con el agregado de asiáticos y vaya usted a saber de cuántas
nacionalidades más.
En los albores
de la humanidad el hombre cazador, migró siguiendo a las migraciones de
animales y así nuestra especie fue dispersándose por la tierra. Paulatinamente,
el hombre aprendió la domesticación de plantas y animales; la agricultura que
propició el establecimiento permanente que rompió los azares del eterno caminar.
En algún momento de este proceso surgió el afán de pertenencia y el más fuerte
fue nombrando como suya la tierra y haciendo siervos a los más débiles e
imponiéndoles leyes.
Débiles y
poderosos. Leyes políticas y económicas. En principio se entienden bien— cuando
los delitos son debidamente comprobados— las leyes que castigan el despojo, el
engaño, el asesinato. Cuesta mucho trabajo entender cuando eso mismos delitos
son perpetrados por los poderosos políticos o civiles: el despojo de tierras de
las grandes corporaciones industriales, disfrazado con el eufemismo: concesión.
No se entiende
que por el sostenimiento de la concesión se rompa con el estilo y las
costumbres de los pueblos, que se corte su sostenimiento y se haga parias a los
pobladores, parias sobre su misma tierra, y, parias… tengan que inmigrar.
No se entiende
que por el sostenimiento de esos privilegios se llegue a inculpar de delitos
ficticios o al mismo asesinato. No se entiende que por los intereses de las
grandes trasnacionales productoras de granos, se desmantele el aparato
agropecuario de los países débiles y los campesinos dejen de serlo, para
ingresar al gremio de los desocupados que por desesperación se hacen
inmigrantes.
No se entiende
el discurso ambientalista de los gobiernos que permiten a grupos poderosos la
tala ilegal e inmoderada, y castiga a los campesinos que se oponen a la
destrucción del bosque, que no solamente capta enormes cantidades de bióxido de
carbono, sino es generador de oxígeno, que es sustento de muchas familias, y al
acabarse los árboles, quienes vivieron en él y de él, se conviertan en parias,
y, parias… tengan que inmigrar.
¡Y cuántas
cosas no se entienden en medio de tanta injusticia!
“Para corregir
esos contrasentidos se han hecho las revoluciones. Recuerda nuestra gloriosa
Revolución; la de Octubre en Rusia”. —Me susurra Perogrullo.
El
razonamiento causa escozor en mi ánimo. Pero aun aceptando. No puedo dejar de
pensar que Guisepe Tomasi de
Lampedusa analizó bien la esencia del hombre y del poder, antes de poner en labios
de Tancredi, el sobrino del orgulloso, y en la práctica dueño de Lampedusa, amo
de la Casa de los Salina que ostentaba el azul escudo del Gatopardo: “Si queremos que
todo siga como está, es preciso que todo cambie.¿Me explico”
*
* * * *
Mientras tanto, Felipe de Jesús
Calderón Hinojosa, en pleno de la
Asamblea de las Naciones Unidas, recrimina a todos los países
miembros, porque su preocupación por la economía les ha hecho olvidar los
problemas del cambio climático.
Creo que le
asiste la razón. Pero también creo que don Felipe de Jesús, y en referencia a
los asuntos domésticos, por darle preeminencia a otros problemas, ha olvidado
una las promesas torales de su lejana campaña electoral: ser “el presidente del
empleo”, y eso, entre otros factores, es la causa del agravamiento de la
expulsión de conciudadanos que buscan en otras tierras, no el bienestar, sino
“pasarla”: palabra que denota la resignación ante lo irresoluble.
Y eso… es
trágico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario