Encuentro Orizaba orquesta infantil y juvenil
LAS VERDADES DE PEROGRULLO
Edmundo López Bonilla
Hoy, gracias a Dios, sin querer evadir la
realidad, voy a contar a usted de dos experiencias brindadas por la música, que
no solamente fueron solaz, sino llegaron a lo lúdico por la degustación de los
recuerdos.
“En la colonia Barrio Nuevo no
había drenaje; en las casas, al fondo del solar estaba la fosa séptica y el
retrete. El nuestro estaba formado por un cuartito de madera asentado sobre una
plataforma de tablas gruesas de donde emergía un cubo hecho también de madera
con un agujero apropiado para sentarse, de dicho agujero y de las hendeduras de
la plataforma brotaban infinidad de mosquitas de color ceniciento. Hasta allá,
—a menos que una enfermedad grave lo impidiera— debía uno ir a desahogar las necesidades,
fuera de día o de noche, hiciera buen tiempo, lloviera o tronara. De esos
lugares aislados, hágase lo que se haga, emanarán olores desagradables,
definidos. Esa sería otra característica de aquellos tiempos.
“Hay una ligazón extraña de
ciertos sucesos. Por estar al fondo del terreno, desde el “inodoro” se oían los
ruidos de las casas colindantes y si se ponía atención, uno se enteraba de lo
que pasaba del otro lado de las cercas, bueno o malo, chusco o trágico, con
todos los detalles y a veces por el tono alto o exaltado se conocían los
nombres de las personas, aun sus virtudes y debilidades.
“Durante la semana sólo teníamos
luz eléctrica desde las seis de la tarde y hasta antes de las seis de la
mañana. Los sábados, después del medio día sonaba el silbatazo de la fábrica, y
esa era la señal para que “llegara la luz”; desde esa hora y hasta el lunes al
amanecer, se disfrutaba de la luz eléctrica. Los sábados y únicamente ese día,
después de que llegaba la corriente, en alguna casa encendían un radio, o
ponían a funcionar una victrola, nunca
supe qué aparato era: de lo que haya sido, la música fluía y siempre era
la misma a esa hora. Una apasionada voz de mujer, acompañada por la música,
cantaba algo como un ruego. El sonido traía los acordes de la orquesta y los
giros y modulaciones de la endecha, la canción desconocida y la pasión de la
cantante despertaba en mí una honda emoción. Nunca percibí qué decía la mujer
con su canto; era sólo el prodigio de la voz lo que me mantenía atento; yo era
un chiquillo y no sabía nada de enamoramientos ni de los arrebatos de la
pasión, aun así intuía que algo muy profundo se expresaba de aquella manera. Es
claro que yo no sabía que quien cantaba era soprano.
“Tuvieron que pasar muchos años para que al fin yo
supiera que “eso”, era cantado precisamente por una soprano, y es el aria
“Suavemente despierta mi corazón” de la ópera “Sansón y Dalila” de Camilo Saint
Saens”.
Esos son recuerdos de hace más de 65 años. El domingo
25, de este mes, en el hermoso patio de la casona colonial que alberga al
Archivo Municipal de Orizaba, Camilo Saint Saens; la danza “Bacanal” de la misma ópera “Sansón y
Dalila” y los integrantes del Ensamble de Cámara Juvenil de Orizaba que dirige
el maestro Alexandr Labza, me hicieron vibrar de emoción con el vértigo de esa danza
que me hace evocar con su remolino sonoro, el desbordamiento pasional de las
tribus filisteas; y el sólo nombre de
los personajes, como en un cuadro animado por la música, revive la
leyenda donde la fuerza sucumbió ante la astucia. Vivencia diametralmente
opuesta, pero tan perturbadora, como la sentida en algunos sábados de mi
infancia.
En el radiante
mediodía el grupo de niños y jóvenes recrearon para una audiencia que colmó los
pasillos de la casona, la música de los compositores que en lo general se
conoce como clásica, música popular mexicana, tango moderno y los novísimos
arreglos musicales para la última película “Piratas del Caribe”.
La mayoría de los niños, jóvenes y gente adulta, están
seguros que si escuchan el tipo de música que tocan las grandes orquestas, se
aburren hasta el cansancio y… se duermen. Pero no se han dado cuenta de cuánta
música de ese tipo escuchan mientras están mirando una película. El cine como
la televisión, sin la música, se reduce al mundo de todos los días. La
situación cambia cuando los trémolos de la sección cuerdas va acentuando el
misterio, o los metales estallan como exaltación del clímax; mientras tanto a
lo largo de la película, las emociones son mecidas o sacudidas por la música compuesta
especialmente para esa cinta o tomada del acervo universal. Y la ejecución del
arreglo musical de “Piratas del Caribe” muestra una amplia gama donde el
misterio, el fragor del abordaje, la lucha, el navegar son recreados por medio
del decir de la música.
Y oímos a Piotr Ilich Chaikovski con su música
delicada, que al menos a este escribidor, siempre le sugiere mundos infantiles,
bosques mágicos; a Astor Piazzolla y su moderno “Libertango” que a pesar de la
novedad de su propuesta sigue siendo música para bailar, aunque en estas
latitudes, esa expresión se vea limitada a círculos selectos; También
escuchamos música mexicana, acompañada por un cuarteto: violines, contrabajo y
acordeón, la soprano Aminta Lázaro López, cantó “Farolito”, “Te quiero dijiste”
y “México lindo y querido”. Para finalizar esta fiesta: los imprescindibles encores
porque fueron dos: Libertango y Piratas del Caribe. Fiesta para los ejecutantes, fiesta para el público convocado
por el Ensamble
de Cámara Juvenil de Orizaba.
La asociación civil Cultura Musical Orizaba es presidida por el
maestro Alexandr Labza, músico nacido en Pavlograd, Ucranía, que escogió a la región de Orizaba como
residencia, y fundó en 1995 la Academia de Música Beethoven, donde se imparten clases de violín, piano,
acordeón, teclados, canto y guitarra. En 2002 con la integración del Ensamble
de Cámara Juvenil de Orizaba se convirtió en el director titular de la citada
orquesta, grupo que se integra por estudiantes que en unión de su director,
muestran que se aprende haciendo.
Por la tarde, otra evocación de la infancia. En esa época,
algunos sábados, unos sonidos bajos concertados rítmicamente, acaso con el
compás de la rumba, hacían a las personas asomarse a la puerta. ¿Qué cantaba el
hombre que se hacía acompañar de aquella cosa? Lo he olvidado. Pero mi
admiración era por el extraño
instrumento: solamente un cajón con un agujero redondo en uno de sus costados y
cuatro o cinco flejes de acero curvado, atornillados frente a esa boca que
absorbía los profundos sonidos, para devolverlos al aire con su resonancia
profunda. Y el músico cantante, sobre ese improvisado asiento hacía tañer las
delgadas hojas de metal, y su rudimentaria música se expandía, penetrando en
las casas y convidando la sabrosura tropical de su ritmo. Como antes, tuvieron
que pasar muchos años para saber que
aquella cosa tenía un nombre: marimbol.
Al restaurante de los amigos Gálvez, llegó el conjunto “Yohualy”
que integran la hermosa Patricia, Héctor, Daniel, Jorge e Isaac y con jaranas,
requinto, tarima, quijada y marimbol, se dieron a alegrarnos la tarde con la
música y los cantos del son jarocho.
Acostumbrado a oír que la vozarrona, o la leona, hacen el juego
sonoro del bajo, fue sorpresivo escuchar el profundo resonar del marimbol
llevando esa otra melodía que a mi juicio marca el tiempo del zapateado. Y
desde el tañido inicial que marca el inicio de la fiesta sonora, mi imaginación
viajó hasta algún sábado, y revivió el dormido recuerdo del hombre que cargando
su cajón con flejes, regaba un poco de alegría en la colonia Barrio Nuevo de mi infancia.
En la vieja historia náhuatl, nos dice don Miguel León Portilla,
en “Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares” “…los
sabios escucharon la palabra de su dios (…). Su dios dio la orden de marcharse.
Al irse, iban a llevarse consigo las antiguas tradiciones, el arte de la tinta
negra y roja que servía para hacer sus pinturas…” Todos sabemos que por
medio pinturas y glifos, aquellos hombres asentaron su historia. “…La
vieja relación indígena presenta entonces el cuadro verdaderamente dramático de
la reacción de quienes quedaban en Tamoanchan, privado ya de su antigua
sabiduría. La profunda estimación náhuatl, no ya sólo por la historia y la
tradición, sino por lo que hoy llamamos cultura…” (…) “Pero por verdadera
fortuna, en medio de la confusión reinante, descubrieron quienes allí habían
quedado que al menos estaban con ellos cuatro viejos sabios que no quisieron
marcharse. Sus nombres eran Tlaltetecuin, Xochicahuaca, Oxomoco y Cipactonal. Tal vez a instancias del pueblo, los
cuatro viejos se reunieron y después de largo deliberar, lograron redescubrir
la antigua sabiduría, la antigua forma de preservar el recuerdo de su pasado (…).”
“Tal es la relación, pintura dramática
de los empeños de un pueblo por no perder la memoria de su pasado”.
Rescatar
el pasado para vivir con certeza el presente. Si bien aceptamos que el son
jarocho nació de la fusión de ritmos y cantos españoles, y ritmos y cantos de
origen africano, amalgamados con formas indígenas de manifestarse, por lo tanto
no es tan antiguo, y que en nuestro país su manifestación es limitada; también
debemos ser conscientes de que es una tradición que está siendo sepultada por el alud de música
extranjera que nada dice a nuestras raíces.
Las personas que forman e integran conjuntos para la difusión de
esa música, quizá sin más estímulo que su entusiasmo, están haciendo un trabajo
bello. Un rescate. Que se dice fácil.
Hoy cualquier politicote, político, o politiquito, se adorna repitiendo
a troche moche, lo necesario, lo beneficioso que resultaría para el país el
mejoramiento educativo de la niñez y la juventud —la educación musical paralela
a la educación básica es invaluable, lo es también la enseñanza de las artes
escénicas; el dibujo y la pintura; la danza; el acercamiento a la literatura:
en suma y aunque sea redundante: el ejercicio de las artes—. Pero,
aparentemente, los integrantes de toda esa fauna, o no saben cómo hacer
efectiva esa propuesta, o su mezquindad, su molde, les nubla el entendimiento.
Sin embargo, ahí dejo dos ejemplos —entre muchos— de
cómo se puede llevar a la práctica el modo alterno de la educación
29-30 de septiembre de 2011
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